
Uyuni es más tierra colorada que pueblo, el viento que levanta el polvo seco, las casas de ladrillo rojo sin terminar, el calor y la desolación, crean una combinacion digna de set de película del lejano oeste. Pero entre tanta ruina y desolación, mimetizado con el entorno, aparece ante tus ojos un montón de hierros oxidados que al principio te lleva a cuestionarte por qué fuiste a parar allí.
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El anacrónico Cementerio de Trenes, que contiene restos de maquinaria de ferrocarril que datan del año 1890, son amasijos de hierros oxidados que se retuercen en su propio abandono, en su propia indiferencia, pero que por alguna razón, producen un sentimiento difícil de explicar. Aquí se mezcla el romanticismo con la nostalgia, la vida con la muerte, el cielo teñido de azul con el metal corroído de sus vagones. Si eres miembro de una banda de rock y buscas unas portada para tu disco, éste es el lugar. Sólo no esperes lanzarte de algún tren en marcha.

Una vez hubo una línea de ferrocarril en Bolivia, inaugurada en el último suspiro del Siglo XIX, que comunicó Uyuni con Antofagasta (ahora chileno) y que sirvió para transportar minerales como estaño, plata e incluso oro. Durante décadas fue un símbolo del progreso que parecía tocar al pueblo boliviano con la yema de los dedos pero con el tiempo y la pérdida en la guerra de su única porción de mar, resultó que no fue así.
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Debes tener en cuenta que este no es un museo, ni nada que se le parezca. Es una escombrera de vagones y piezas desperdigadas por el suelo que un día formaron parte de la travesía de algún aventurero u operario, pero que hoy hace florecer tu lado más artístico.
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Vaya chulada… Qué pena que nos pille tan lejos…
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