Kamikaze. Viento Divino.

El código o camino bushido (el código de honor samurái) fue usado también como base moral para aquellos soldados enlistados en las filas de las unidades de la Fuerza Aérea Imperial Japonesa, más conocidos como los pilotos kamikaze («viento divino») durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Para comprender el fenómeno kamikaze hay que tener en cuenta tres importantes elementos que impregnaban la sociedad nipona: el ultranacionalismo, encauzado a través del culto al emperador, el férreo militarismo y la educación, inspirada por el bushido y que contemplaba el suicidio ritual, o seppuku, como un acto de decoro y dignidad.

El origen del mito «viento divino» aflora en el Siglo XIII, cuando una flota procedente de Mongolia, bajo el mando de Kublai Khan, se presentó en dos ocasiones (la primera en 1274 y la segunda en 1281)​ en costas japonesas con la finalidad de invadir el país. Afortunadamente para los habitantes, quienes no estaban preparados para combatir contra un ejército mucho mejor preparado y enfrentar una invasión de grandes proporciones, un tifón arrasó la flota invasora durante el intento de invasión de 1281. Dicho tifón fue llamado «Viento Divino» (神風) y considerado como una señal de que Japón era elegido por los dioses y, por lo tanto, éstos se encargarían de su seguridad y supervivencia.

Posteriormente, el término kamikaze fue utilizado por los traductores estadounidenses para referirse a los ataques suicidas efectuados por dichos pilotos contra embarcaciones de la flota de los Aliados a finales de la Segunda Guerra Mundial. Estos ataques pretendían detener el avance del enemigo en el Océano Pacífico y evitar que llegasen a las costas japonesas. Con esta finalidad, aviones pilotados por jóvenes de entre 17 y 24 años, que cargados con bombas de 250 kilogramos impactaban deliberadamente contra sus objetivos con el afán de hundirlos o averiarlos tan gravemente que no pudieran regresar a la batalla.

En Japón se prefiere el término «Shinpū tokubetsu kōgeki tai» (神風特別攻撃隊) que se traduce como «Unidad Especial de Ataque Shinpū» o su abreviación «tokkōtai» (特攻隊). En el resto del mundo, el uso de esta palabra se ha extendido y se aplica sin mucho rigor a todo tipo de ataques suicidas, sin importar el método empleado (uso de explosivos, automóviles, entre otros) o la nacionalidad del atacante (como en el caso de los atentados del 11 de septiembre de 2001), o los atentados del Estado Islámico en 2016 y 2017.

La aviación naval japonesa tenía que enfrentarse a experimentados pilotos americanos, equipados con las últimas versiones de los cazas Corsair y Hellcats, con aviones anticuados, en mal estado de mantenimiento y pilotos sin experiencia de combate. Una misión kamikaze tenía billete solo de ida, pues los aviones se cargaban solo con combustible suficiente como para llegar hasta sus objetivos, no para regresar. Tampoco llevaban paracaídas para poder saltar del avión.

Las derrotas de Saipán (la más grande de las Islas Marianas del Norte, situada en el Océano Pacífico occidental) y del Golfo Leyte (también conocida como la segunda batalla del Mar de Filipinas), golpearon con dureza la moral japonesa, porque permitía desplegar bombarderos B-29 de largo alcance lo suficientemente cerca como para comenzar a bombardear Tokio y el resto de Japón, además de asegurar la caída de Filipinas. La idea de «atacar como las abejas, que aguijonean y mueren», empezó a rondar las mentes del alto mando.

ACCIONES DEL GRUPO ESPECIAL DE ATAQUE SHINPU

Fusata Lida, el primer piloto kamikaze.

Se dice que el primer kamikaze japonés de la historia fue el teniente Fusata Lida, durante el ataque a Pearl Harbor, el 7 de Diciembre de 1941. Su Zero (avión Mitsubishi A6M) quedó seriamente dañado por fuego antiaéreo, hizo una señal a sus compañeros de escuadrón, apuntando el dedo al suelo, para indicarles que iba a intentar estrellar el avión contra un objetivo de tierra. Entonces picó contra el hangar, pero las baterías antiaéreas destrozaron el Zero antes de que pudiera causar mayores daños.

Takijirō Onishi

El segundo ataque se realizó el 25 de octubre de 1944, protagonizado por el «Grupo Especial de Ataque Shinpū»creado por el Vicealmirante Takijirō Ōnishi y conformado por cuatro grupos, siendo: Shikishima (nombre poético de Japón); Yamato (antiguo nombre de Japón); Asahi (sol de mañana) y Yamazakura (cerezo de montaña) y compuesto de 26 aviones cazas (13 tokkōtai y 13 escoltas) comandados por el teniente Yukio Seki.

Teniente Yukio Seki.

Después de abandonar Filipinas debido al desembarco de tropas estadounidenses, se estableció en Taiwán (antiguamente conocida como la Isla de Formosa) otro centro de operaciones, donde se creó un nuevo grupo de pilotos kamikaze el 18 de enero de 1945, bajo el nombre de Niitaka, en honor a una montaña del lugar. Tres días después, el 21 de enero, se planeó su primer ataque dividido en tres grupos con un total de 6 Suisei (bombardero en picado Yokosuka D4Y Suisei) y 7 escoltas Zero (avión Mitsubishi A6M).

Mitsubishi A6M

Otros muchos grupos y actos kamikaze tendrían lugar durante los próximos meses, tales como la unidad especial de ataque «Mitate»en la región de Kantō, con 12 aviones caza, 12 bombarderos y 8 bombarderos torpederos que realizó una embestida el 21 de febrero de 1945, causando graves daños a 2 portaviones y 8 barcos de transporte. Así mismo, el 10 de marzo se formó el grupo «Azusa«, que llevó a cabo la «Operación Tan» en Iwo Jima.

De poco servía un kamikaze contra un acorazado, pero, en cambio, el sistema resultaba muy eficaz contra transportes de tropas o portaaviones, tanto por su relativa fragilidad como por el gran número de bajas y daños materiales que se podía causar. Los portaaviones eran un objetivo especialmente interesante: cargaban grandes depósitos de combustible que el aviador podía incendiar, ya fuera con la bomba o con su propio impacto.

El mayor éxito de los kamikazes era psicológico, ya que causaban terror entre la tripulación de los barcos. Luchar contra un enemigo que no valora un ápice su propia vida mina la moral de cualquiera. La experiencia resultaba aterradora para la tripulación de los barcos, sobre todo al principio, cuando la táctica era completamente inesperada. Los kamikazes surgían de la nada, amparados por la niebla o por la luz crepuscular, que dificultaba su avistamiento. Volaban muy bajo para esquivar el fuego antiaéreo, o bien emergían de las nubes y se lanzaban en picado en un ángulo casi vertical.

Asfixia, quemaduras y ahogamiento eran las principales causas de muerte entre los soldados aliados. En estas circunstancias, no es de extrañar que los marineros trataran los cadáveres de los pilotos suicidas con pocas contemplaciones. Normalmente los arrojaban al mar sin miramientos, ya fuera enteros o en pedazos.

Pero sin duda, la mayor operación se llevó a cabo el 12 de abril de 1945 y fue conocida como «Kikusui» número 2, integrada por 8 Yokosuka MXY-7 («Ohka«, una bomba volante pilotada cargada con 1.200kg de amonal), 80 aviones tokkōtai y más de 100 cazas de escolta.

Kamikaze Yokosuma MXY-7

El plan consistió en arribar a Okinawa por distintas rutas para atacar desde varias direcciones. De los ocho bombarderos Yokosuka MXY-7, seis fueron derribados antes incluso de llegar al lugar. Por lo menos 1450 pilotos suicidas salieron de las bases japonesas, causando la baja de unos 5.000 elementos de las tropas aliadas, lo que representa el mayor número de bajas en las fuerzas estadounidenses en una sola batalla.

Después de los mortales bombardeos atómicos sobre Hiroshima (6 de agosto de 1945) y Nagasaki (9 de agosto de 1945) y la entrada de la Unión Soviética en la guerra, se llevaron a cabo una serie de reuniones en el alto mando para ofrecer la rendición incondicional de Japón. Algunos sugirieron la rendición desde el mismo día 9, pero otros mantuvieron que debía de hacerse un último esfuerzo para obtener condiciones más favorables, por lo que la declaración de rendición no se hizo pública sino hasta el día 15 de agosto.

En la madrugada de ese día, las tropas japonesas tenían conocimiento que el Emperador Shōwa daría un informe público y ya se anticipaba que se trataba del anuncio oficial de la rendición del país.

No hay un consenso en las cifras definitivas de barcos hundidos durante la Segunda Guerra Mundial a causa de impacto de pilotos tokkōtai, incluso algunos escritores e historiadores incluyen barcos hundidos debido a ataques kaiten (torpedos suicidas), por lo que las cifras van desde los 34 hasta los 57 barcos hundidos. Una de las listas más completas y documentadas la presenta el historiador estadounidense Bill Gordon, quien asegura que la cifra más exacta es de 49 barcos hundidos. Se cree que entre 3.000 a 4.000 pilotos japoneses estrellaron sus aviones a propósito contra un objetivo enemigoel 86% de ellos fueron derribados por fuego antiaéreo o cayeron antes de alcanzar sus objetivos y el otro 14% restante logró destruir o dañar más de 300 barcos aliados, incluyendo varios portaviones.


Toshio Yoshitake, derecha, y sus compañeros pilotos, desde la izquierda, Tetsuya Ueno, Koshiro Hayashi, Naoki Okagami y Takao Oi

En la foto anterior se muestra a Toshio Yoshitake, derecha, y sus compañeros pilotos, desde la izquierda, Tetsuya Ueno, Koshiro Hayashi, Naoki Okagami y Takao Oi, frente un avión de combate Zero antes de despegar en Choshi, al este de Tokio, el 8 de noviembre de 1944. Ninguno de los otros 17 pilotos e instructores de vuelo que volaron ese día sobrevivieron. Yoshitake sólo sobrevivió porque un avión de guerra estadounidense le disparó en el aire, se estrelló al aterrizar y fue rescatado por soldados japoneses.

HONOR Y RITUAL KAMIKAZE

Durante los años 1944 y 1945, los japoneses estuvieron profundamente influenciados por el sintoísmo estatal, el cual enfatizó profundamente reverenciar al emperador desde que fue establecido como religión oficial durante el Periodo Meiji. Innumerables soldados, marineros y pilotos estaban determinados a morir, a convertirse en «Eirei» (espíritus guardianes). Muchos japoneses sentían que ser consagrados al Santuario Yasukuni era un honor especial, dado que el emperador lo visitaba dos veces por año para pagar tributo.​ El Yasukuni era el único templo que deificaba hombres comunes.

Antes de la salida de cada piloto a su misión final, se llevaban a cabo ceremonias en las que se les entregaba la bandera de Japón, con inscripciones inspiracionales o espirituales, una pistola o una katana, y generalmente se les ofrecía una copa de sake (licor de arroz) o té. Los pilotos se ataban el hachimaki, una cinta con el dibujo del sol naciente, un símbolo imperial, y una senninbari o «cinta de mil puntadas», faja tejida por mil mujeres quienes hacían una puntada cada una. Los pilotos solían componer y recitar un jisei no ku 辞世の句 (poema compuesto cercano a la muerte), tradición que efectuaban los samuráis antes de cometer seppuku. Otros enviaban enigmáticos mensajes al enemigo, como el caso de un kamikaze al que hallaron prácticamente desnudo, salvo por unas botas de cowboy. Los pilotos llevaban plegarias de su familia y se les concedían condecoraciones militares.

Filme For Those We Love 2007

El cine se ha encargado de popularizar enormemente la figura de los pilotos kamikaze de la Segunda Guerra Mundial. Películas como «For Those We Love» y «The Eternal Zero» retrataron a los kamikazes como héroes. La filosofía guarda algunos puntos de relación con el bushido, pero no fue un comportamiento que surgiera de forma inmediata y tampoco cabe extrapolarlo sin matices a las decisiones finales de los samurai. Antes de llegar al autosacrificio, los pilotos pasaban por fases intermedias.

Desde mediados de septiembre de 1944, el comportamiento psicológico de los aviadores japoneses se volvió más sólido. Se asistía, sobre todo en lo que se refiere a los pilotos de los cazas, a un endurecimiento en las determinaciones y resoluciones tomadas. Las sugestiones y proposiciones de ataque que aportaban a sus superiores dan buena prueba de ello. En estos proyectos, eran aleatorias e incluso descuidadas las posibilidades de lograr volver con vida de la misión encomendada. Nacía una nueva psicología de caracteres generales, la cual se inspiraba en el patrimonio glorioso del país y en los ejemplos cada día más numerosos de los aviadores que se lanzaban sobre los objetivos enemigos.

DESPUÉS DE LA GUERRA

El «Grupo Especial de Ataque Shinpū» fue disuelto cuando Japón presentó su rendición incondicional en la Segunda Guerra Mundial, muchas artes marciales con raíces en el bushidō fueron prohibidas y el Dai Nihon Butokukai (Gran Sociedad Japonesa de las Virtudes Marciales) fue clausurado durante la ocupación estadounidense tras la guerra. La prohibición fue levantada pocos años después y actualmente cuenta con numerosos registros y testimonios acerca del nacimiento, desarrollo y declive de sus operaciones.

Motoharu Okamura

Al final de la guerra, los responsables de la creación de la Unidad Especial de Ataque también pagaron sus decisiones con su vida, no exactamente porque se sintieran culpables de la muerte de tantos jóvenes pilotos, sino porque no lograron convertir su sacrificio en algo útil, la tan anhelada victoria para Japón, como es el caso del Vicealmirante Takijirō Ōnishi, que se abrió un tajo en el vientre, siguiendo el ritual seppuku. No logró cortarse la garganta y rehusó a recibir el golpe de gracia, con lo cual su agonía se prolongó hasta el día siguiente, durante dieciséis interminables horas. Motoharu Okamura, encargado de adiestrar a decenas de aviadores suicidas, se descerrajó un tiro en la cara.

Vicealmirante de la Quinta Flota Matome Ugaki en su misión final.

Pero para final épico el del Vicealmirante de la Quinta Flota Matome Ugaki, quien a sus 55 años, decidió no darse por enterado del final de la guerra y convocó once bombarderos para efectuar el último ataque suicida contra la flota enemiga. Cuatro de estos aviones no pudieron despegar, mientras que los otros siete se lanzaron al ataque. A las 19:24 del 15 de agosto de 1945, tuvo lugar el último de estos asaltos. Los restos mortales del último kamikaze fueron hallados por los marinos estadounidenses en una playa de la isla de Ishikawa.

Tadamasa Itatsu

Japón espera inmortalizar a sus pilotos kamikaze al solicitar que una colección de sus cartas formen parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. En la década de 1970, Tadamasa Itatsu, antiguo piloto que mientras volaba hacia su objetivo le falló el motor y se vio forzado a amerizar, comenzó a buscar a las familias de sus camaradas muertos, pidiéndoles cartas y fotos de los pilotos. Su colección se convirtió en el núcleo de lo que hoy conocemos como las «Cartas Kamikaze».

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