Harakiri. El Código Samurái.

El Seppuku, Harakiri, Haraquiri o Hara-kiri, en japonés 腹切, que literalmente significa «corte del vientre», es el ritual de suicidio japonés por desentrañamiento, algo parecido al «devotio ibérica» que practicaban los guerreros ibéricos cuando su jefe moría en batalla, de esta manera y bajo un juramente a la diosa Tanit (la diosa más importante de la mitología cartaginesa, la consorte de Baal y patrona de Cartago) daban sus vidas (ilícitas al no haber sido aceptadas en trueque por la divinidad) como consagración o devoción.

Aunque seguramente surgió con anterioridad, el primer caso documentado se remonta al Siglo XII, concretamente al año 1180, cuando el septuagenario samurái Minamoto No Yorimasa, al verse herido y acorralado al término de una batalla, se quitó la vida de ese modo.

En japonés se prefiere el término seppuku, puesto que la palabra harakiri se considera vulgar. Dicho seppuku formaba parte del Bushido 武士道, el código ético de los samuráis o bushi, un término más digno para referirse a los honorables guerreros. La palabra samurái procede del verbo japonés saburau, que significa «servir como ayudante». La palabra bushi significa «caballero armado».

El seppuku hacía honor a la causa de morir con honor en lugar de caer en manos del enemigo y ser torturado, como el caso de los soldados japoneses que murieron tras recurrir al harakiri en lugar de ser derrotados y capturados en el atolón de Tarawa, el 3 de diciembre de 1943, durante la invasión aliada del Pacífico. La ceremonia se realiza también como una forma de pena capital para aquellos que habían cometido serias ofensas o deshonra, una forma de expiar la culpa por un error (sokotsu-shi), de hacer pública una animadversión (funshi) o de protestar por una decisión injusta (kanshi), para defender la propia inocencia (memboku) o acompañar al señor en la muerte (oibara 追腹 o tsuifuku 追腹).

El código Bushido 武士道 o «el camino del guerrero», exigía lealtad y honor hasta la muerte. Si un samurái fallaba en mantener su honor, podía mantenerlo o recobrarlo practicando dicho seppukuNo consistía simplemente en una lista de reglas a las cuales un guerrero debía apegarse a cambio de su título, era la descripción de una forma de vida, un conjunto de principios que preparan a un hombre o a una mujer para pelear sin perder su humanidad, para dirigir y comandar sin perder el contacto con los valores básicos, y una prescripción para hacer un guerrero-hombre noble. En el corazón del bushido está la aceptación del samurái a la muerte. Con ello no se refería tan sólo a la muerte del guerrero en combate, sino también a su deber de suicidarse antes que aceptar la rendición.

Desde tiempos antiguos se pusieron en práctica diversos métodos de suicidio de honor en la historia japonesa, como el de arrojarse a las aguas con la armadura puesta o tirarse del caballo con la espada en la boca.

La ceremonia del seppuku es parte de un ritual elaborado, que se realizaba de manera voluntaria u obligatoria por mandato de un señor feudal (daimyō o shōgun) o de un tribunal, en caso de que un samurái cometiera un delito de asesinato, robo o corrupción.

EL RITO DEL HARAKIRI (NO INTENTAR HACERLO EN CASA)

Generalmente y según el decálogo estándar, se realizaba delante de espectadores, el condenado se sentaba y un asistente le ofrecía el arma: el wakizashi, un sable corto (a menudo desmontado para hacerlo más manejable, de modo que se empuñaba directamente por la hoja envuelta en una tela) o bien el tantō o puñal (arma corta de filo, similar a un puñal con una longitud de hoja entre 15 y 30 cm), clavándose el arma en el abdomen, tradicionalmente presentada con la hoja desnuda, sin guardamanos ni empuñadura, sobre una bandeja de madera, y efectuando un corte de izquierda a derecha, para luego volver al centro y terminar con un corte vertical hasta casi el esternón. Dicho estilo de corte se conocía como «jumonji» o «del número diez», por el ideograma que dibujaban los tajos. El objetivo era cortar los centros nerviosos de la columna, lo que provocaba una larga agonía. Al ser un asunto de honor, donde se debía mostrar orgullo, hombría y valentía, cuántos más cortes se realizara el practicante, mejor, el caso era rajarse bien rajado y destriparse como Dios manda. 

Daga Tanto

Lo habitual era poner al acusado bajo la custodia de dicho daimyō, concediéndosele un plazo para la consumación del seppuku a su debido tiempo. De no producirse, el reo era automáticamente ejecutado y la familia heredaba su deshonor y era despojada del patrimonio a su cargo, lo que significaba perder la pertenencia a la casta samurái y prácticamente morir de hambre en muchos casos.

Antes de la ejecución, se bebía sake o nihonshu (licor de arroz), y se componía un último poema de despedida llamado zeppitsu o yuigon, casi siempre sobre el dorso del tessen o abanico de guerra, que contenía, entre otras cosas, las últimas palabras del imputado, que a su vez era leído por una tercera persona, no existía la posibilidad de que el practicante de seppuku pronunciara sus propias palabras para evitar sentir compasión, se iba al lío, directo al grano, o abdomen en este caso.

En el fatídico momento, el practicante, cuidadosamente peinado y aseado, se situaba en posición seiza (forma tradicional de sentarse de rodillas), y concluidas las salutaciones, se abría el kimono (habitualmente de color blanco, que aún hoy día sólo visten los cadáveres), para que la hoja penetrara más fácilmente en la carne, introducía las mangas del kimono bajo las rodillas (para impedir que su cuerpo cayera indecorosamente hacia atrás al sobrevenirle la muerte), envolvía cuidadosamente la hoja del tantō en papel de arroz (puesto que morir con las manos cubiertas de sangre era considerado deshonroso), y procedía a clavarse la daga en el abdomen para irse al otro barrio.

En ocasiones se ponía un asistente –kaishaku o kaishakunin en japonés- a disposición del practicante en el acto del suicidio. El kaishaku era a menudo seleccionado para tal fin por el propio condenado. Solía ser un amigo o un familiar, y su misión era permanecer de pie al lado del suicidante y decapitarlo una vez terminado de eviscerarse o al instante de recibir la señal que debía dar quien se disponía a morir, momento que solía ser establecido de antemano a voluntad del suicida, y donde el ayudante actuaba con rapidez mortal, depositando previamente un pequeño cesto (u hoyo en el suelo) para recoger su cabeza una vez cercenada, de esta manera se evitaba una larga agonía, que en ocasiones podía durar horas con el procesado postrado en el suelo a tajo abierto.

En caso de no tener a mano ningún asistente, el sujeto guardaba sus últimas fuerzas (las pocas que le quedaran) para realizarse un corte en el cuello que acabara con su agonía.

En la mayoría de los casos, los ejecutantes no llegaban a clavarse el tantō y el simple ademán de empuñar la daga y acercársela, constituía la señal para el kaishaku. Algunos samuráis cuantificaban el valor del practicante del seppuku, según lo lejos que había llegado en la práctica del ritual antes de que el ayudante procediera a la decapitación, siendo considerados de excepcional valor, los que llegaban a practicarse el corte vertical hacia el esternón. Pero uno no muere hasta que lo vean muerto y en ocasiones enterrado, y para eso habían testigos, que vestidos de elegante estampa, daban fe del trance a la honorable vida eterna del suicidante, cuando un asistente recogía la cabeza y se las presentaba, para de esta manera dar por concluida la ceremonia, momento en que se procedía a retirar el cadáver y limpiar el siniestro.

El diplomático inglés Freeman-Mitford, que presenció en 1868 un seppuku obligatorio, dejó una descripción muy detallada de la escena en su libro «Tales of Old Japan», que según su relato, tuvo lugar en un jardín cerrado, donde el samurái a inmolarse iba vestido de blanco, como los peregrinos o los difuntos y acompañado del kaishakunin. El reo «tomó el puñal ante sí; lo miró melancólicamente, casi afectuosamente; por un momento parecía que había reunido sus pensamientos por última vez y entonces, apuñalándose profundamente bajo el vientre en el costado izquierdo, desplazó el puñal lentamente hacia el costado derecho y, llevándolo hacia arriba, efectuó un leve corte hacia lo alto. Durante esta enfermizamente dolorosa operación nunca movió un músculo de la cara«. A continuación, el kaishakunin se irguió tras el samurái, de cara al sol o la luna para no revelar su sombra, «desenvainó y lo decapitó de un solo golpe». Luego limpió su arma y se inclinó. Tras el ritual, la cabeza del muerto era presentada a los oficiales y después de limpiarla, la enviaban a la familia del suicida para que le diera sepultura.

LAS MUJERES Y EL SEPPUKU

Las mujeres nobles podían enfrentarse al suicidio por multitud de causas: para no caer en manos del enemigo, para seguir en la muerte a su marido o señor, al recibir la orden de suicidarse, entre otros motivos. Técnicamente, el suicidio de una mujer no se considera harakiri o seppuku, sino suicidio a secas, jigai 自害 en japonés.

La diferencia principal con el seppuku es que, en lugar de abrirse el abdomen, en el jigai se practicaba un corte en el cuello, seccionándose la arteria carótida con una daga con hoja de doble filo llamada kaiken. Previamente, la mujer debía atarse los tobillos con una cuerda, muslos o rodillas, para no padecer la deshonra de morir con las piernas abiertas al caer.

LOS 47 RONIN

El harakiri o seppuku forma parte imprescindible de la historia de los 47 ronin 四十七士 , o los 47 guerreros samuráis sin amo, como también se les conoce, que además de ser una película de aventura dirigida por Carl Rinsch y protagonizada por Keanu Reeves y Hiroyuki Sanada, se considera el mayor acto de suicidio samurái del que se tenga registro, un suceso real a principio del Periodo Edo, que fue narrado en la obra literaria medieval de Japón, e inmortalizada posteriormente mediante el kabuki (teatro japonés tradicional).

Producto de una situación violenta por parte de dos daimyō o shogun (señores feudales) conocidos como Asano Takuminokami Naganori y Kira Kozukenosuke Yoshinaka que llevo a desenfundar armas en la «gran casa», algo que estaba firmemente prohibido, el primero de ellos fue condenado a cometer harakiri. Además, por tratarse de un delito muy grave, toda su familia fue expulsada de sus tierras y sus criados se quedaron sin trabajo.

Poco tiempo después, unos 60 samuráis se reunieron a deliberar si debían vengar a su amo con la muerte de Kira Kozukenosuke Yoshinaka, para lo cual firmaron un documento con pacto de sangre. Al final, 13 de los guerreros que se habían comprometido flaquearon y abandonaron su causa, por lo que sólo quedaron 47. Tras dos años de muchas penurias, haciéndose pasar por borrachos, vagos, vagabundos e incluso locos, rodeándose de lo que era peor visto por la sociedad puesto que, tras la muerte de su señor, el shōgun mandó que se les vigilase para evitar algún atentado, consiguieron completar los preparativos de la venganza.

Una noche de diciembre, mientras caía una intensa nevada, los 47 rōnin asaltaron la mansión de Kira y le ofrecieron cometer harakiri con la misma hoja que había usado su amo. Al negarse, fue decapitado, tras lo cual recogieron la cabeza y se dirigieron a ofrecerla en la tumba de su amo, que había sido enterrado en el templo budista Sengakuji. Por este acto, los 47 rōnin fueron condenados a cometer harakiri, y fueron enterrados en el mismo templo Sengakuji, junto a la tumba de su señor.

Tumba de los 47 ronin en el Templo Sengakuji.

Pero sólo 46 rōnin cometieron harakiri ese día, ya que al matar a Kira, uno de ellos, conocido como Terasaka Kichiemon, recibió el encargo de regresar a su pueblo para contar lo sucedido a los familiares. Aunque posteriormente se entregó también a las autoridades, fue indultado. A su muerte, su cadáver fue trasladado al templo Sengakuji en Tokio y enterrado junto a sus compañeros.

HARAKIRI CONTEMPORÁNEO

Si bien en Japón el seppuku fue oficialmente prohibido en 1873 como pena judicial, su práctica real no ha desaparecido por completo. Existen docenas de casos documentados de personas que han realizado seppuku voluntariamente desde entonces, incluyendo el caso en 1895 de varios militares que lo efectuaron como protesta por la devolución de un territorio conquistado a China; o el caso del general Nogi Maresuke, educador del Emperador Hirohito y su esposa, a la muerte del Emperador Meiji en 1912, así como el de muchos soldados que prefirieron morir antes que aceptar la rendición tras la Segunda Guerra Mundial.

El 25 de abril de 1911, el famoso escritor italiano Emilio Salgari se quitó la vida en Turín, practicando esta técnica con un yatagán (especie de sable o alfanje usado en oriente). Así mismo, en 1970, el escritor Yukio Mishima y uno de sus seguidores, realizaron un seppuku semipúblico como protesta por la miseria moral y la degradación que suponía el haber abandonado las antiguas virtudes japonesas y haber adoptado el modo de vida occidental.

Yukio Mishima

Mishima lo realizó en el despacho del General Kanetoshi Mashita, tras haberse dirigido a las tropas del cuartel para que se les unieran en el acto de protesta. Su kaishakunin (ayudante a disposición del practicante del seppuku), un hombre de 25 años llamado Masakatsu Morita, intentó decapitarlo tres veces, todas sin éxito. Finalmente, fue Hiroyasu Koga, un ex-Tatenokai 楯の会 (milicia privada creada con el fin de defender los valores tradicionales japoneses y devolverle la importancia al Emperador) fue quien realizó la decapitación. Posteriormente, Morita, apresado por la pena y la deshonra, procedió a efectuar su propio harakiri, en arrepentimiento por no haber sido capaz de asistir al de Mishima. Aunque sus cortes no fueron lo suficientemente profundos para ser mortales, hizo una señal a Koga para que también lo decapitase.

HARAKIRI EN EL CINE

La fascinación estética que propone el seppuku es, dentro del cine japonés, patrimonio del género histórico con numerosos ejemplos de suicidio, distintamente motivados, pero semejantes en lo que concierne a la ejecución. Por el honor de su señor se quitaban la vida los protagonistas de Los cuarenta y siete samurais (Genroku Chusingura, 1941). Un asunto de infidelidad es lo que desata una trágica orden de suicidio ritual contra Otane (Ineko Arima) en Tambor nocturno (Yoru No tsuzumi, 1958), de Tadashi Imai. El samurai Hanshiro Tsugumo (Tatsuya Nakadai) ha de practicar la misma liturgia sangrienta en Harakiri (Seppuku, 1962), de Masaki Kobayashi.

La historia de los 47 ronin antes mencionada fue llevada al cine en 1962 por el director Hiroshi Inagaki en la cinta Trilogía Samurái (Samurái I: Musashi Miyamoto (1954). Samurái II: Duelo en templo Ichijoji (1955) y Samurái III: Duelo en la isla Ganryu (1956)), basada en la novela de Eiji Yoshikawa y con la actuación del actor Toshiro Mifune, siendo la primera ganadora del Oscar a la mejor película extranjera en 1955.

Asociado frecuentemente con la trayectoria de grandes espadachines, lo hallamos también en films dedicados a practicantes de la escuela de un solo sable (itto–ryu), fundada por Kagehisa Ittosai en el Periodo Muromachi, o en seguidores de la escuela de dos sables (enmei), creada por el legendario Miyamoto Musashi (1582–1654).

El cine se ha encargado de popularizar enormemente la figura de los pilotos kamikaze de la Segunda Guerra Mundial. La filosofía guarda algunos puntos de relación con el bushido, pero no fue un comportamiento que surgiera de forma inmediata y tampoco cabe extrapolarlo sin matices a las decisiones finales de los samurai. Antes de llegar al autosacrificio, los pilotos pasaron por fases intermedias.

Desde mediados de septiembre de 1944, el comportamiento psicológico de los aviadores japoneses se volvió más sólido. Se asistía, sobre todo en lo que se refiere a los pilotos de los cazas, a un endurecimiento en las determinaciones y resoluciones tomadas. Las sugestiones y proposiciones de ataque que aportaban a sus superiores dan buena prueba de ello. En estos proyectos, eran aleatorias e incluso descuidadas las posibilidades de lograr volver con vida de la misión encomendada. Nacía una nueva psicología de caracteres generales, la cual se inspiraba en el patrimonio glorioso del país y en los ejemplos cada día más numerosos de los aviadores que se lanzaban sobre los objetivos enemigos.

Yukio Mishima

Como comentamos anteriormente, Yukio Mishima, autor de novelas de la literatura moderna nipona como «Confesiones de una máscara», «Después del banquete», «Nieve de primavera», «Caballos desbocados», «El templo del alba» y «La corrupción de un ánge, puso nuevamente de actualidad este modelo ritual al realizar un seppuku semipúblico como protesta por la miseria moral y la degradación que suponía el haber abandonado las antiguas virtudes japonesas y haber adoptado el modo de vida occidental en el despacho del General Kanetoshi Mashita.

Su filme «El rito del amor y de la muerte» (Yûkoku, 1965), adaptación de su relato «Patriotismo», publicado por vez primera en Japón en enero de 1961, es una película que dramatiza la visión que tenía Mishima del seppuku, una autoinmolación que el literato se encargó de resaltar con gran economía de recursos escenográficos. A los compases del «Liebestod», de «Tristán e Isolda», la banda sonora recalca un altisonante romanticismo que formaba parte del mundo interior de su creador.

«El rito del amor y de la muerte» se rodó los días 15 y 16 de abril de 1965, presentándose en la Filmoteca de París en septiembre del mismo año. El estreno en Japón, celebrado durante el Festival de Cine de Tours un año después, soliviantó a no pocos espectadores, dada la crudeza extrema de sus imágenes.

El tema central del film tiene como referente histórico el fallido golpe de estado que tuvo lugar el 26 de febrero de 1936. Tres días después, el Emperador optó por desentenderse de los sublevados (tratados como simples amotinados), pese a que estos propusieron un ideario imperialista y coherente con el orden del viejo Japón.

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