
Al suroeste de la meseta de Guiza se levanta la tercera de las grandes pirámides que se edificaron en esta necrópolis. Perteneciente a Menkaura (a quienes los griegos llamaron Micerino), el complejo funerario de este monarca marca el punto final de los enterramientos de reyes en la necrópolis de Guiza. Construida por el faraón Micerino (nombre helenizado) alrededor del 2490 a.C. y con 66 metros de alto, su exterior -a diferencia de sus predecesores- se planeó para ser recubierto con granito rojo de Asuán en las 16 primeras hiladas -las cuales representan 1⁄4 parte de su altura-, y el resto con piedra caliza de Tura (canteras en Menfis). Presentaba también un templo mortuorio mucho más complejo, siguiendo un plan urbanístico que lo relaciona con las tumbas de sus antecesores.
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De menor tamaño que las pirámides de sus predecesores, algunos han querido ver en esta «pequeña» pirámide la falta de recursos para la construcción de una obra megalómana, tal como hicieron con sus pirámides su padre (Kefrén) y su abuelo (Keops), o bien la falta de tiempo para su edificación. Comparada con sus dos grandes compañeras, la Pirámide de Micerinos representa 1/10 del volumen de la pirámide de Khufu (Keops), y su base es 1⁄4 parte que la
pirámide de Khafra (Kefrén).

Con una base ligeramente rectangular, de 104,6 x 102,2 metros, la pirámide del rey, llamada en la antigüedad «Divina es la pirámide de Menkaura». La entrada a la pirámide, en el centro de la cara norte, se sitúa a unos 4 metros del suelo y el ticket para acceder al interior tiene un valor de 100 libras egipcias. Siguiendo el corredor se accede a la cámara funeraria con orientación norte-sur, excavada a casi 16 metros de la base de la pirámide y revestida enteramente en granito.

En su interior, Howard Vyse, militar británico y egiptólogo considerado el primer occidental que entró en la pirámide junto a su asistente ingeniero británico, antropólogo y egiptólogo John Perring en su exploración en 1837, encontraron un sarcófago de basalto (roca volcánica negra) y decorado en forma de fachada de palacio, un motivo del Imperio Antiguo que simulaba el aspecto de un edificio noble. Sacado de la pirámide y embarcado en el Beatrice en el puerto de Alejandría, el sarcófago terminó hundido en la bahía de Cartagena, después del naufragio del barco en 1838 camino a Inglaterra.
Al sur de la pirámide de Menkaura se encuentran las tres pirámides subsidiarias. La más grande poseía 44 metros de lado con caras de piedra caliza local y con sus primeras hiladas en granito. Las otras dos, actualmente con 36 metros de base y 9 metros de altura, en la antigüedad eran pirámides escalonadas de 4 escalones elaboradas también con piedra caliza. Con sus entradas también en la cara norte, todas poseen una subestructura bajo la pirámide donde se encontró el nombre escrito de Menkaura. En esta última se descubrieron además los restos de una mujer en el interior de un sarcófago. Separadas entre sí unos 12 metros, todas poseen un templo en su lado este de diferente tamaño.
TEMPLO ALTO DE MICERINO

En la cara este de la pirámide se edificó el Templo Alto, con orientación este-oeste y similar al templo alto de Khufu (Keops). Comenzado en caliza por Menkaura y con idea, probablemente, de recubrirlo en granito, fue terminado en ladrillo durante el reinado de Shepseskaf, el penúltimo faraón de la dinastía IV de Egipto e hijo de Micerino. Su vestíbulo, la parte más oriental del templo, conectaba directamente con la calzada, donde algunos autores han propuesto que esta antesala tuviera la finalidad de albergar un barco, similar famoso al barco funerario de Khufu.
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Es probable que este vestíbulo estuviera techado con madera, y era el punto de conexión entre la calzada y el patio del templo, espacio al aire libre de 44,6 metros norte-sur y con muros de ladrillo enlucido. Este patio, en cuyo centro se colocó una pila de piedra para realizar rituales, fue pavimentado en caliza y poseía un camino que lo cruzaba, en dirección este-oeste, realizado con caliza amarilla. En el extremo oeste del patio existía un pórtico, sujeto por 6 pilares, cuyas paredes fueron recubiertas en granito. Tras él, una cámara de unos 12 metros de largo y 4 de ancho, habría sido el lugar donde se llevasen a cabo los rituales al culto a Micerino.

A los lados de esta cámara había, en la parte norte, un largo pasillo que conectaba con el corredor que bordeaba la pirámide, y con dos estancias: una al norte que conectaba con una sala con 5 almacenes, y una sala rectangular al sur de la que salía una perpendicular a ella, y desde las que se podía acceder a la cubierta del templo a través de unas escaleras. En el lado norte del pórtico había una estancia de gran tamaño que no llegó a terminarse. Detrás de este templo, dentro del corredor que rodea la pirámide y pegado a ella, se construyó un pequeño templo con enlosado de granito y cuya planta sufrió varias modificaciones. Este templo pudo ser una capilla para ofrendas funerarias que sería la precursora de los cambios en el culto y en las prácticas funerarias que se desarrollarían más adelante en la historia de Egipto.
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La Calzada, con una longitud de casi 610 metros, unía el templo alto y el del valle. Una vez más se cree que durante el reinado de Menkaura solo se habrían realizado sus cimientos en piedra caliza, y que su sucesor habría sido el responsable de realizar los muros de 2 metros de grosor en ladrillo. Se desconoce si tuvo decoración o si estuvo techada en algún momento.
TEMPLO DEL VALLE DE MICERINO

El Templo del Valle, donde tuvieron lugar los ritos de purificación de la momia del rey que lleva el mismo nombre, conecta con la calzada y se integra en la fachada sur del propio santuario. Durante su reinado, Menkaura solo pudo llevar a cabo la construcción de los cimientos de esta estructura. La entrada, al este, conectaba con un vestíbulo de unos 8 x 7 metros y que estuvo sujeto por cuatro columnas con bases de alabastro y flanqueado por unas habitaciones que parecían almacenes. Se trataba de una construcción de ladrillo crudo con cimientos de piedra caliza, que desembocaba en un amplio patio con acceso a la sala de ofrendas con seis columnas, y al santuario propiamente dicho, junto al que se abrían unas estancias y daba la impresión de haber sido acabada de un modo precipitado, tal vez debido a la inesperada muerte del rey.

Durante las excavaciones llevadas a cabo entre 1905 y 1927 por el profesor de egiptología en la universidad de Harvard y arqueólogo estadounidense Andrew Reisner (descubridor de la tumba de Hetepheres, madre del faraón Keops), se encontraron los restos de un poblado realizado con ladrillos de barro que con el tiempo fue ocupando el interior del mismo. Se cree que este pequeño poblado se situó aquí aprovechando que, al habitar el lugar para llevar a cabo los ritos al monarca fallecido, los habitantes del mismo estaban exentos del pago de impuestos. Los restos descubiertos en el interior del templo confirmaron que el culto al rey siguió realizándose, ya que durante las excavaciones aparecieron, en la parte trasera del templo, restos de ceniza ante las estatuas del monarca que aún permanecían en el lugar.
Fue en estas habitaciones donde en julio de 1908 Reisner hizo otro sensacional descubrimiento de dos retratos de alabastro del rey, cuatro estatuas completas y ocho esculturas de grauvaca (un tipo de piedra arenisca) compuestas cada una de ellas por tres personajes: el faraón tocado con la corona blanca del Alto Egipto; la diosa Hathor, con su característico tocado con dos cuernos y el disco solar y la personificación de un nomo. Cuatro de estas esculturas, que recibieron el nombre de tríadas, estaban fragmentadas e incompletas, pero otras cuatro se hallaron completas y en un excelente estado de conservación. Su función es incierta, aunque posiblemente tenían un componente tanto de culto político; un modo de indicar que Micerino era el señor de todo el país.

Cuando Reisner creía que el Templo del Valle de Menkaura ya había desvelado todos sus secretos, el 8 de enero de 1910 salió a la luz otro grupo escultórico completo: una representación del faraón, tocado con un nemes o pañuelo real, acompañado de una mujer que lo abraza, posiblemente su esposa, la reina Kamerenebty. Por desgracia, el artista que esculpió esta magnífica pieza nunca inscribió los nombres de los representados, así que no podemos saber a ciencia cierta si se trata de la Gran Esposa Real de Micerino, como generalmente se cree. La estatua está inacabada, mide 139,5 cm de alto y se conserva en el Museo de Bellas Artes de Boston.
Reisner se llevó a Estados Unidos una de las tríadas completas y el grupo de Micerino con su esposa, además de algunos fragmentos y la estatua colosal en alabastro del faraón procedente de su templo alto. El resto de las tríadas se quedaron en Egipto. Estos hallazgos permitieron reconstruir la técnica escultórica egipcia en tiempos de la IV dinastía. Aquel increíble descubrimiento «hizo necesario revisar la historia del arte egipcio durante ese período».
Muchos han sido los intentos por saquear o descubrir los secretos que guardan estas estructuras. Hacia 1186 (en el siglo XII) Al-Aziz Uthman, hijo de Saladino, intentó desmontar la pirámide dejando un profundo corte en el lado norte. Tras ocho meses y cientos de intentos frustrados, se rindió. En el siglo XIII, el sultán mameluco Osman Bey, en un intento por encontrar la entrada basándose en el conocimiento adquirido en las otras dos pirámides, mandó a destruir (sin éxito) la pirámide de Micerinos. Así mismo, los investigadores de Bonaparte desmantelaron parcialmente la pirámide para estudiarla, pero afortunadamente no tuvieron tiempo de terminar dicha tarea.
MITOS Y LEYENDAS DE LAS PIRÁMIDES DE GUIZA EN EGIPTO

Algunos arqueólogos e investigadores más ortodoxos como Edgar Cayce, un visionario estadounidense dado a conocer por predecir el asesinato del presidente John Kennedy, difundió también la teoría de la existencia de antiguas civilizaciones como los atlantes, y aseguró que fueron estas civilizaciones quienes construyeron los monumentos miles de años antes, en plena Era del Hielo.
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Ya en el Imperio Antiguo a partir de la IV dinastía aparecen «maldiciones» contra los profanadores de tumbas, en las cuales por ejemplo, el Ba del difunto (halcón con cabeza humana) podía ejecutar por sí mismo a los profanadores, agarrándolos y quebrando su cuello como a un pájaro.

La maldición del faraón, es una creencia que se basa en maldiciones escritas, apoyadas por escritores admiradores de temas esotéricos como Marie Corelli, autora «best seller», al igual que nada más y nada menos que Sr. Arthur Conan Doyle, defensor y practicante de costumbres espiritistas. Dicha condena caería sobre todos aquellos que se atreviesen a molestar la tumba del soberano del Antiguo Egipto. La maldición se asociada al descubrimiento de la tumba del Rey-niño, el faraón Tutankamón de la XVIII dinastía en el Valle de los Reyes, en 1922, la mejor conservada de todas las tumbas faraónicas encontradas hasta la fecha y bajo la teoría de que el célebre arqueólogo y egiptólogo inglés Howard Carter, habría hallado también un fragmento de cerámica con la siguiente inscripción: «La muerte golpeará con su miedo a todo aquel que perturbe el reposo del faraón». Poco tiempo después del hallazgo comenzaron a morir personas que habían visitado la tumba, dando nacimiento al mito y la leyenda de la maldición del faraón.

Lord Carnarvon, un aristócrata inglés conocido por ser el patrocinador que financió la excavación de dicha tumba, falleció cuatro meses después por una infección pulmonar. A la muerte de Carnarvon siguieron varias más. Su hermano, Audrey Herbert, el hombre que dio el último golpe al muro para entrar en la cámara real, murió en El Cairo poco después, sin ninguna explicación médica. Sir Douglas Reid, que radiografió la momia de Tutankamón, enfermó y volvió a Suiza donde murió dos meses después. La secretaria de Carter murió de un ataque al corazón, y su padre se suicidó al enterarse de la noticia. Un profesor canadiense que estudió la tumba con Carter murió de un ataque cerebral al volver a El Cairo. Pero la teoría de dicha condena se debilitó y desapareció con el paso del tiempo pues el propio Carter murió por causas naturales 17 años después, en 1939.
La existencia de un trono de hierro hecho con mineral meteorítico de origen extraterrestre en la Gran Pirámide de Keops ha sido planteada para explicar el enorme vacío detectado con tecnología punta en su interior, de al menos 30 metros de largo. Giulio Magli, director del Departamento de Matemáticas y Profesor de Arqueoastronomía del Politécnico de Milán explica que «hay una posible interpretación [de este vacío], que está en buen acuerdo con lo que sabemos sobre la religión funeraria egipcia, como se ve en los Textos de las Pirámides. En estos textos se dice que el faraón, antes de llegar a las estrellas del norte, tendrá que pasar las puertas del cielo y sentarse en su trono de hierro«. Pero ese hierro no es hierro derretido, sino hierro meteorítico, es decir, caído del cielo en forma de meteoritos de hierro (distinguible debido al alto porcentaje de níquel) y nuevamente citado en los Textos de las Pirámides.

Es cierto que los egipcios conocían este material desde muchos siglos antes de Keops, y continuaron usándolo para objetos especiales diseñados para los faraones durante milenios, como la famosa daga extraterrestre de Tutankamón, hecha de una plancha que vino, literalmente, del espacio, según resultados de análisis de un grupo de investigadores del Politécnico de Milán, la Universidad de Pisa y el Museo Egipcio de El Cairo publicados en la revista Meteoritics and Planetary Science, donde se analizó la composición de la pequeña espada de hierro hallada en el sarcófago del faraón.
Si alguna vez tienes el honor y el placer de conocer tan geniales estructuras, recuerda que estas maravillas llevan más de 4000 años en su sitio, resistiendo guerras, conquistas faraónicas y tormentas en el desierto, cuídalas y se respetuoso, no las destruyas tú.
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