
El hijo de Keops, el faraón Kefrén (2558-2532 a.C.), ordenó construir el segundo complejo de pirámides de Guiza y su necrópolis, en un terreno ligeramente más alto. Kefrén intentó que su pirámide pareciese más grande que la de su padre, ya que la edificó sobre un lecho de roca 10 metros por encima de la de Keops. La Pirámide de Kefrén fue conocida en la antigüedad como «La Gran Pirámide», nombre con el que conocemos hoy día la pirámide de Keops. La entrada al interior de la pirámide tiene un valor de 100 libras egipcias y deberás mostrar también el ticket de entrada al todo el recinto.
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Con 143,5 metros, tres menos que la pirámide su progenitor, los lados de la pirámide de Kefrén tienen 215 m y en su parte superior se aprecia un giro en sus caras, ya que no están alineadas al llegar a la cima. Actualmente su altura es de 136 m (la de Keops tiene en la actualidad 137,1 m), y sus lados tienen mayor inclinación que los de la pirámide de su padre. En su parte superior aún se conserva parte de la piedra caliza extraídas de canteras en la localidad de Tura, una pequeña zona situada cerca de la ciudad de Menfis y transportadas en barco hasta este lugar.
A su interior se accede a través de dos entradas en la zona norte de la pirámide, una esculpida en la roca madre de la meseta y otra a unos 12 metros de altura sobre su cara norte. De ellas parten unos corredores que se unen en su interior y llevan a la cámara funeraria. La primera de las entradas se encuentra alejada unos metros de la cara norte. Al acceder primero se llega a un pasadizo descendente, esculpido en la roca, al cual le sigue otro horizontal y después otro tramo ascendente que desemboca en el corredor que parte de la segunda de las entradas. En la pared este del corredor horizontal nos encontramos una estancia de techo a dos aguas cuya función se
desconoce, quizá sea la misma que la «Cámara de la Reina» de la pirámide de Keops, o quizá una primera cámara funeraria que quedó inutilizada.
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El corredor descendente que parte de la segunda entrada (situada en la cara norte de la pirámide) atraviesa la pirámide hasta llegar a la roca madre de la meseta, donde continúa en horizontal hasta la cámara funeraria. Algunos tramos de estos corredores fueron recubiertos de granito rojo. La cámara funeraria, de algo más de 14 metros de este a oeste y casi 5 metros de norte a sur, tiene una altura de unos 7 metros. Parte de la misma fue excavada en la roca de la meseta, exceptuando su techo, realizado con piedra caliza y con doble vertiente (con la misma inclinación que las caras de la pirámide). El sarcófago, de granito negro pulido y situado casi en el eje central de la pirámide, se situó en la pared oeste y estaba parcialmente embebido en el pavimento. De él aún se conserva su tapa, aunque partida en dos. Un agujero en el lado sur de la cámara pudo ser utilizado para albergar las vísceras del faraón (de ser así sería el primer cofre, o hueco para cofre, para vasos canopos descubierto en una pirámide). El 2 de marzo de 1818 Giovanni Battista Belzoni, explorador, ladrón y viajero italiano, sería el primero en entrar en la pirámide en época moderna.

Su sepultura también incluía el Templo del Valle (construcción adjunta a cada pirámide y que actuaba como entrada al complejo funerario), y la colosal estatua de la Gran Esfinge, un misterioso monumento de piedra caliza con el cuerpo de un león y la cabeza de un faraón como el centinela de todo el complejo de la tumba del monarca. Su mastaba, el Templo del Valle, está hecho de enormes bloques de piedra caliza revestidos de granito, pisos de alabastro y una amplia sala compuesta de pilares monolíticos de granito. Los nichos dispuestos simétricamente a lo largo de las paredes de la sala alguna vez albergaron estatuas del rey, muchas de las cuales se encuentran actualmente en exhibición en el Museo de El Cairo.
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La pirámide de Kefrén, al igual que la de Keops, cuenta con una pirámide subsidiaria, de la cual actualmente se encuentra poco en el lugar, ya que fue desmantelada para utilizar su piedra en otras construcciones (del Egipto árabe de época medieval). Pudo servir como lugar de enterramiento para las estatuas Ka de Kefrén. En su interior un corredor, que se extiende por debajo de la pirámide, fue esculpido en la roca y sellado con 3 bloques de piedra caliza. En él se excavó una cámara que contenía una caja de madera con un mueble en su interior. Este mueble pudo ser un santuario, roto deliberadamente antes de ser guardado, que habría servido para llevar una estatua del rey.
TEMPLO DEL VALLE DE KEFRÉN

También conocido como «Templo Bajo», este edificio se situaba al principio de la calzada (en el extremo oriental) que lo unía al templo funerario, así como a un embarcadero que lo habría conectado con el Nilo. El templo, de unos 45 metros de lado y 13 metros de alto, posee unas paredes en piedra caliza de gran grosor que fueron recubiertas, tanto en el interior como en el exterior, de granito rojo de Asuán. Al interior puede accederse a través de dos puertas, alrededor de las cuales se inscribieron los nombres y títulos del monarca (únicas decoraciones del templo, ya que no se han descubierto más jeroglíficos ni relieves en él). Desde ambos accesos, unos pasadizos conducen a una gran antecámara donde Auguste Mariette, egiptólogo francés, descubrió la famosa Estatua sedente de Kefrén, tallada entre los años 2550-2480 a.C., con Horus en forma de halcón posado detrás de su cabeza en una fosa enlosada del templo del valle de Kefrén a mediados del S.XIX, siendo considerada desde entonces una de las obras maestras del arte egipcio antiguo.

Dejando atrás la antecámara nos encontramos con una sala en forma de «T» donde, según los egiptólogos, antiguamente habrían 23 estatuas del monarca realizadas en diorita (roca plutónica), alabastro (piedra de yeso) y esquisto (roca metamórfica). El techo de esta sala, plano y de granito, tenía aperturas que permitían la entrada de luz, estaba sustentado por 16 pilares de granito y su suelo fue recubierto con alabastro. A la izquierda de esta sala existen tres habitaciones, y a su derecha un corredor nos lleva hasta la calzada. Se cree que el cuerpo sin vida de Kefrén pudo ser embalsamado (quizá sólo purificado) en este templo. La elección y disposición de los distintos tipos de piedra y de colores, así como toda una serie de elementos utilizados en la arquitectura de los templos de la pirámide indican una aplicación consciente del simbolismo cósmico.

La Calzada, con más de 500 m de longitud y unos 4’5 m de ancho, conectaba el templo del valle con el templo funerario. De esta construcción apenas se conserva parte de la base de roca y algunos bloques de caliza de las paredes y el suelo del corredor. Su techo, plano y de piedra caliza, permitía el acceso de luz a través de aperturas horizontales abiertas a lo largo del mismo. Poseía, a su vez, un sistema de evacuación, en el extremo este de la calzada, que permitía deshacerse del agua que pudiera entrar por las aberturas del techo. Mientras que sus paredes interiores eran perpendiculares, en el exterior tenían una pequeña inclinación, y se cree que pudo estar decorada con relieves.
El Templo Funerario o Templo Alto, en el extremo oeste de la calzada, hoy reducido a escombros, se construyó con piedra revestida de granito rojo. El exterior poseía una franja de granito rojo en la parte inferior de los muros y caliza blanca en el resto. Desde que se edificó el templo funerario de Kefrén y hasta finales del Reino Antiguo, todos los templos funerarios estarían compuestos de cinco elementos principales: una sala de entrada; un patio abierto; cinco nichos para estatuas; almacenes; y un santuario. Un corredor conectaba el templo funerario con el extremo oeste de la calzada, en cuya zona sur había dos cámaras de granito. Desde aquí un pasadizo llevaba al vestíbulo, y desde él se llegaba a cuatro cámaras con suelo y techo de alabastro. Este vestíbulo conectaba, a su vez, con la sala de entrada, de nuevo en forma de «T» invertida y repleta de pilares monolíticos de granito. La sala de entrada poseía, en cada extremo, dos largas cámaras cuyo significado aún no conocemos.

Tras la sala de entrada se accedía al patio, con suelo de alabastro y rodeado por un pórtico de pilares de granito rojo. Este patio habría albergado 12 estatuas del rey de unos 3,5 metros de altura y se cree que sus paredes fueron decoradas con relieves. Además de estas 12 estatuas, es probable que el templo albergase otras 50 estatuas del rey, las cuales pudieron ser reutilizadas durante el Reino Nuevo. En el muro oeste del patio existían cinco nichos, de gran profundidad, que también habrían albergado estatuas del rey. Dos corredores, en el sur y en el norte del patio, conectaban por un lado las estancias más sagradas del templo, al sur, y el recinto amurallado que rodeaba la pirámide de Kefrén, al norte. Este recinto tenía un pavimento, de unos 10 metros de ancho, que separaba la pirámide de la muralla que la circundaba (10 metros en los lados norte, este y oeste, y algo más ancha la parte sur, que era donde se encontraba la pirámide subsidiaria). Fuera del templo existen cinco pozos para barcos, dos en el norte y tres al sur, los cuales, al contrario que algunos de los del complejo funerario de Keops, se encontraron vacíos.
MITOS Y LEYENDAS DE LAS PIRÁMIDES DE GUIZA EN EGIPTO

Algunos arqueólogos e investigadores más ortodoxos como Edgar Cayce, un visionario estadounidense dado a conocer por predecir el asesinato del presidente John Kennedy, difundió también la teoría de la existencia de antiguas civilizaciones como los atlantes, y aseguró que fueron estas civilizaciones quienes construyeron los monumentos miles de años antes, en plena Era del Hielo.
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Ya en el Imperio Antiguo a partir de la IV dinastía aparecen «maldiciones» contra los profanadores de tumbas, en las cuales por ejemplo, el Ba del difunto (halcón con cabeza humana) podía ejecutar por sí mismo a los profanadores, agarrándolos y quebrando su cuello como a un pájaro.

La maldición del faraón, es una creencia que se basa en maldiciones escritas, apoyadas por escritores admiradores de temas esotéricos como Marie Corelli, autora «best seller», al igual que nada más y nada menos que Sr. Arthur Conan Doyle, defensor y practicante de costumbres espiritistas. Dicha condena caería sobre todos aquellos que se atreviesen a molestar la tumba del soberano del Antiguo Egipto. La maldición se asociada al descubrimiento de la tumba del Rey-niño, el faraón Tutankamón de la XVIII dinastía en el Valle de los Reyes, en 1922, la mejor conservada de todas las tumbas faraónicas encontradas hasta la fecha y bajo la teoría de que el célebre arqueólogo y egiptólogo inglés Howard Carter, habría hallado también un fragmento de cerámica con la siguiente inscripción: «La muerte golpeará con su miedo a todo aquel que perturbe el reposo del faraón». Poco tiempo después del hallazgo comenzaron a morir personas que habían visitado la tumba, dando nacimiento al mito y la leyenda de la maldición del faraón.

Lord Carnarvon, un aristócrata inglés conocido por ser el patrocinador que financió la excavación de dicha tumba, falleció cuatro meses después por una infección pulmonar. A la muerte de Carnarvon siguieron varias más. Su hermano, Audrey Herbert, el hombre que dio el último golpe al muro para entrar en la cámara real, murió en El Cairo poco después, sin ninguna explicación médica. Sir Douglas Reid, que radiografió la momia de Tutankamón, enfermó y volvió a Suiza donde murió dos meses después. La secretaria de Carter murió de un ataque al corazón, y su padre se suicidó al enterarse de la noticia. Un profesor canadiense que estudió la tumba con Carter murió de un ataque cerebral al volver a El Cairo. Pero la teoría de dicha condena se debilitó y desapareció con el paso del tiempo pues el propio Carter murió por causas naturales 17 años después, en 1939.
La existencia de un trono de hierro hecho con mineral meteorítico de origen extraterrestre en la Gran Pirámide de Keops ha sido planteada para explicar el enorme vacío detectado con tecnología punta en su interior, de al menos 30 metros de largo. Giulio Magli, director del Departamento de Matemáticas y Profesor de Arqueoastronomía del Politécnico de Milán explica que «hay una posible interpretación [de este vacío], que está en buen acuerdo con lo que sabemos sobre la religión funeraria egipcia, como se ve en los Textos de las Pirámides. En estos textos se dice que el faraón, antes de llegar a las estrellas del norte, tendrá que pasar las puertas del cielo y sentarse en su trono de hierro«. Pero ese hierro no es hierro derretido, sino hierro meteorítico, es decir, caído del cielo en forma de meteoritos de hierro (distinguible debido al alto porcentaje de níquel) y nuevamente citado en los Textos de las Pirámides.

Es cierto que los egipcios conocían este material desde muchos siglos antes de Keops, y continuaron usándolo para objetos especiales diseñados para los faraones durante milenios, como la famosa daga extraterrestre de Tutankamón, hecha de una plancha que vino, literalmente, del espacio, según resultados de análisis de un grupo de investigadores del Politécnico de Milán, la Universidad de Pisa y el Museo Egipcio de El Cairo publicados en la revista Meteoritics and Planetary Science, donde se analizó la composición de la pequeña espada de hierro hallada en el sarcófago del faraón.
Si alguna vez tienes el honor y el placer de conocer tan geniales estructuras, recuerda que estas maravillas llevan más de 4000 años en su sitio, resistiendo guerras, conquistas faraónicas y tormentas en el desierto, cuídalas y se respetuoso, no las destruyas tú.
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